El exterminio de los poetas




A fines del siglo XIX Japón buscaba occidentalizarse y sabía que lo primero que debía hacer era modernizar su ejército, para estar a la par de las fuerzas europeas y norteamericanas. Para eso el Emperador Meiji compró armas de fuego, cañones y empezó a entrenar un ejército regular, con tácticas y estrategias extranjeras, decidido a que Japón se convirtiera en la potencia dominante de Asia. 
Para la instauración de esta nueva era, Japón debía deshacerse de las antiguas tradiciones, cuyos principales defensores eran los samuráis, los guerreros románticos por antonomasia, regidos por el sentido del honor y el heroísmo. No había espacio para ellos en el ejército moderno, donde cada soldado sólo es un elemento más dentro de una maquinaria mayor, cuyas partes pueden ser fácilmente reemplazadas por otras.
“Pero en Japón aún había algunos samuráis que no estaban dispuestos a abandonar su bushido y volverse obedientes soldados. El viejo samurai Saigo Takamori se rebeló con su grupo de fieles samuráis de la Provincia de Satsuma e intentó tomar el castillo de Kumamoto, en Tokio. Era el 22 de febrero de 1877 cuando la armada principal de Takamori atacó el Castillo Kumamoto, se trataba de unas de las fortalezas más inexpugnables de Japón, además defendida por 3.800 soldados y 600 policías. La batalla fue feroz y duró hasta la noche. Aunque las fuerzas de Satsuma ganaron el enfrentamiento, no podían tomar el castillo.  Lo atacaron infructuosamente durante dos días, mientras las reservas de alimentos y municiones de los defensores estaban casi consumidas. Incluso muchos de los soldados de Kumamoto desertaron hacia el bando de Saigo, haciendo que sus fuerzas aumentaran hasta los 20.000 hombres. 
Sin embargo, cuando el castillo estaba a punto de caer, el principal contingente de la Armada Imperial Japonesa, compuesto por más de 90.000 soldados, arribó a Kumamoto el 12 de abril, haciendo que las tropas de Satsuma, que ahora estaban en completa desventaja numérica, huyeran.
Pero Saigo Takamori estaba muy lejos de rendirse, con sus tropas fieles inició una marcha de siete días hacia el sur, hacia la región de Kagoshima, donde se encontraban sus bastiones y defensas principales. Pero las fuerzas imperiales los interceptaron y atacaron en varias oportunidades, desde todos los frentes. Para el 17 de agosto, la armada de Satsuma había sido reducida a 3.000 combatientes y había perdido la mayoría de sus armas modernas y su artillería.
Saigo y sus samuráis fueron empujados a Kagoshima donde se llevaría a cabo la batalla final: la batalla de Shiroyama. Las tropas de la Armada Imperial Japonesa sobrepasaban las fuerzas de los samuráis 60 a 1. Los generales imperiales tenían la orden de no dejar escapar a ninguno de los rebeles y pasaron siete días preparando el asedio. Le enviaron una carta a Saigo solicitando su rendición, pero él y sus capitanes la rechazaron. Más valía morir con honor que vivir como cobardes. 
El 24 de septiembre de 1877 se lanzó el ataque frontal. Fue una masacre. Para las 6 de la mañana sólo quedaban 40 rebeldes con vida. Saigo estaba herido gravemente y cuenta la leyenda que uno de sus seguidores, Beppu Shinsuke, ayudó a Saigo a cometer seppuku antes de que pudiera ser capturado, cortando luego su cabeza para preservar su dignidad. Después de la muerte de Saigo, los guerreros que quedaban en pie alzaron sus espadas y se lanzaron cuesta abajo contra el ejército imperial y sus ametralladoras Gatling, que lanzaron sus ráfagas de plomo hasta que cayó el último de los samuráis”…

Así como los guerreros samuráis fueron exterminados, muchas otras especies han sido borradas de la faz de la tierra. Aunque su final haya sido menos grandilocuente y más paulatino. Muchas especies están extinguiéndose en silencio, con un final que pasa desapercibido por los demás, pero que es igual de inexorable.
Justamente una de esas especies en vías de extinción es el poeta. Quizá se podría pensar que hay un culpable, un asesino, una fuerza malévola que ejerce su poder para ir aplastando lentamente a los poetas, pero no. Realmente los poetas se mueren solos, por su propia debilidad. Mueren como las polillas que giran sobre el foco de luz, mueren como los gorriones en la tormenta, como los ancianos en los golpes de calor… ¿La culpa es de la luz, de la tormenta, del calor? No. La culpa es del poeta y su debilidad.
El poeta está enfermo hace tiempo y el siglo XXI se encarga de finiquitarlo, de exterminar su raza. El invisible ejército de la Armada Imperial Japonesa avanza fríamente sobre el siglo XXI, comiéndose poco a poco lo que queda de esa banda disgregada de poetas, que buscan desesperadamente hallar su refugio, su almenar, su isla, su trinchera. Así mueren los poetas, uno a uno en soledad, como prófugos de la justicia, como forajidos en algún paraje desolado. Los poetas mueren mientras buscan en vano ese refugio donde todos puedan vivir en paz, lejos del mundo y su voracidad.
La utilidad del poeta ha caducado. El poeta sigue sirviendo como tal pero ya no es útil. La modernidad tuvo la amabilidad de ponerle una fecha de vencimiento al guerrero samurai. Con el poeta fue menos benévola y ni siquiera le dio el honor de decretar un día para su ajusticiamiento. Como un soldado que desaparece en medio del caos del combate y nunca se encuentra su cadáver, el poeta no puede celebrar su funeral porque no hay evidencia de su muerte y simplemente está "perdido en acción".
¿Y qué es lo que mata a los poetas? no es el rechazo, el oprobio, la burla o el insulto de los demás, sino su gélida indiferencia.
El cáncer que mata al poeta crece con el silencio del mundo, que día a día demuestra -sin siquiera mirarlo- que prescinde de él.
Del mismo modo que la modernización del ejército japonés supuso prescindir de la katana, la armadura, el bushido y el samurai, el siglo XXI ya no necesita más de los poetas. La poesía es prescindible en este mundo, que ya tiene a los publicistas, a los cómicos, las modelos y los músicos pop para encontrarle un sentido simbólico a las cosas. Ya no hace falta la sensibilidad lírica de un poeta para interpretar un mundo cada vez más ordinario y pedestre. Mientras la palabra se torna cada vez menos polisémica y pierde su oportunidad metafórica por un sentido más llano y direccional, la poesía es casi un acto subversivo o un acto de locura.
Bajo el imperio de una vida que trata de erradicar los sutiles matices entre los colores y que intenta imponer una visión del mundo en el que sólo puede distinguirse blanco y negro, ¿qué utilidad práctica tienen los poetas? ¿No será que la raza de los poetas debería reconocer ya que su taciturna existencia es solo un acto retrógrado?, ¿una reacción contra el orden posmoderno del mundo?
Lo digno y lo bello sería que todos los poetas se unieran y conformaran un ejército para lanzarse en una carga final, en una batalla que los extermine por completo o les permita, al menos, el honor del seppuku. Pero esto jamás ocurrirá. Quizá porque no muchos poetas tienen el valor necesario para morir por sus palabras y en última instancia porque estando tan diezmados como están, ni siquiera podrían llegar a formar un ejército, apenas una horda enloquecida de suicidas.
Mientras eso no ocurra los últimos poetas seguirán vagando por el mundo, llevando a rastras su cuerpo maltrecho y anticuado, como un fantasma que cruza las ciudades, atravesando las casas y las muchedumbres. Entre la infinita urdimbre de signos que se gestan día a día, entre las millones de letras que se escriben con el sólo fin de caer al olvido, todavía quedan los poetas que siguen lanzando por ahí algunas frases, algunos mensajes en botellas por el océano. Es verdad que su trabajo es insignificante y que algunas palabras poéticas y profundas no pueden competir contra las toneladas de futilidad que se crean a cada instante. Sin embargo, mientras queden vivos algunos poetas, su mito perdurará y el mundo no olvidará lo que esa palabra significa. No importa que el poeta no tenga utilidad en si mismo, su sola existencia evoca un símbolo, un espíritu… Así, de vez en cuando, alguna persona en algún rincón del mundo se inspirará en los poetas y se animará a escribir alguna metáfora para que el mundo no pierda su sentido poético




Rodrigo Conde

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares