Vidas poéticas


El mar, la montaña, la selva 
y los caminos interminables 
piden por mí.


No hace falta escribir poesía para ser poeta. Mucha gente que no escribe sabe más de poesía que muchos otros que han publicado libros y libros llenos de poemas. Vivir poéticamente no tiene que ver con la literatura, no es armar metáforas como enrollando tabaco, que se hace cada vez más rápido con la práctica. Muchas veces la literatura tiene más que ver con fábricas enormes, con largas cintas funcionando noche y día sin parar, con cientos de obreros que no duermen o tienen un colchón al lado de donde trabajan, horas tras horas sentados en sus escritorios fabriles, tecleando engranajes. 
La poesía no tiene que ver con eso, pero emerge de eso, se alimenta de ese estiércol, así es como nacen las orquídeas en el pantano: largas hileras de personas apretándose durante recorridos interminables, tocando el sudor y la mugre que otros dejaron en las paredes, pasándoselos por la boca; tediosas jornadas girando sin parar, como lo hacen los hamsters en sus ruedas, entre altos estantes de papeles, frascos de vidrio, columnas de hierro o gases en combustión, con blancas camisas llenas de perfume, uniformes de colores o trajes de metal. Así nace la poesía, se alimenta de esos gérmenes que cultivan las millones de criaturas que, una semana tras otra, enajenan la vida para poder vivir.
La poesía nace del asco, busca el sol porque no lo tiene, busca el bosque porque no lo tiene, busca el olor a sal del mar porque no lo tiene, busca la paz porque no la encuentra, busca el amor porque no sabe lo que es.
Conocí una mujer a la que le daba asco leer la palabra “leche”, pero la sorbía con fruición. La poesía es exactamente igual, sólo que a la inversa. Los poetas adoran escribir “leche”, pero tienen miedo de mancharse el pantalón. Escriben porque no soportan el pantano, porque se mueren en las fábricas y las oficinas, se ahorcan con sus corbatas o se asfixian en los ascensores. Sin embargo se quedan, siguen la lenta procesión de los días viendo el sol a través de las rendijas o los grandes vidrios espejados.
La mayoría de las personas toman una jarra de agua, le echan un polvo naranja y dicen que tienen jugo de naranja. El poeta toma ese líquido mientras sueña con atardeceres y soles anaranjados hundiéndose en el horizonte. En cambio, los que tienen vidas poéticas son los que abandonan la gran ciudad y se van a robar las naranjas del campo. Todas son opciones válidas, la vida poética no es más real ni más feliz, tiene que ver con sentir y asumir que sentir -de verdad- tiene sus riesgos. 
Pueden ser naranjas, la música, el arte, la paz, la aventura, la naturaleza, el placer, la gloria o cualquiera de esas extrañas formas que tienen los sueños. En cualquier caso, siempre habrá miles que los sueñen, algunos que los escriban y uno o dos que los vivan. Esos son los que hacen poesía realmente.



Rodrigo Conde


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